martes, 25 de septiembre de 2012

¿Cómo inmunizarnos a la estrategia del shock?

“Un sujeto –dice aLAIN bADIEU– es un punto de una conversión de lo imposible en lo posible. La operación fundamental de un sujeto es estar en el punto en donde algo imposible se convierte en posibilidad”.
Hace poco, comentábamos las técnicas de manipulación que usan los gobiernos y mass media para privatizar la educación pública y todos los bienes comunes.


http://soypublica.wordpress.com/2012/06/03/como-inmunizarnos-a-la-estrategia-del-shock/


En estos primeros meses de legislatura, la mayor parte de esta manipulación está encaminada a postrarnos en un estado de shock, para que, temerosos y paralizados, no reaccionemos ante las brutales pérdidas de derechos que se nos imponen. Las medidas, anuncios y declaraciones de los gobiernos autonómicos y el central nos son administrados, día tras día, gradualmente, como un veneno que nos somete a una ansiedad constante. Y sin posibilidad de tregua, ya que los medios de comunicación –a los que ya casi habría que llamar de propaganda− vocean incansablemente, como un eco descorazonador, esas malas noticias que nos vienen desde arriba (desde los consejos de ministros o las agencias de calificación).
Naomi Klein ha explicado en su libro La doctrina del shock cómo el neoliberalismo, incapaz de convencer a los pueblos mediante argumentos (pues las medidas neoliberales están esencialmente en contra de los pueblos), sólo ha logrado imponerse gracias a golpes de estado, declaraciones de guerra o situaciones donde catástrofes naturales u otros fenómenos traumáticos tenían a las poblaciones atenazadas por la ansiedad y el miedo.
¿Y qué sino el miedo es lo que nos están tratando de inocular en este país? Miedo a perder el empleo, a no poder encontrarlo nunca o a que el que nos ofrezcan sea lisa y llanamente explotación; miedo a perder el derecho a la asistencia sanitaria y a no poder proporcionar una educación adecuada a los hijos; miedo a acabar durmiendo en la calle víctima de un desahucio; miedo, en fin, a ser detenido injustamente por protestar de forma pacífica en una manifestación.
En este artículo veremos cómo la estrategia del shock surte efecto en nosotros mediante la llamada indefensión aprendida. Pero también cómo podemos escapar de este estado de postración si aprendemos a atribuir correctamente las causas de nuestro malestar.

La “indefensión aprendida”, arma de destrucción masiva

Que los de arriba nos tratan como a perros es cierto, o al menos como a los perros del experimento de Seligman.
A finales de los 60, el psicólogo Martin Seligman realizó el siguiente experimento. Dentro de una caja de laboratorio, un perro era expuesto a shocks eléctricos que no podía evitar. En cambio, en otra caja, otro perro sí que podía interrumpir esos shocks pulsando una palanca. Más tarde, los perros eran situados sobre una superficie electrificada de la que podían escapar simplemente saltando una barrera. El perro que había podido controlar los shocks la saltaba, mientras que el otro perro, en lugar de buscar la salida exitosa a la situación adversa, permanecía aguantando las descargas de manera pasiva. Había, pues, “aprendido” su indefensión. ¿Para qué gastar energías sabiendo (en realidad, creyendo) que de esos estímulos adversos no se puede escapar?
La indefensión aprendida es la antesala de la depresión. No hacer nada porque se piensa que ya todo es inútil.
En este vídeo podemos ver cómo una profesora provoca indefensión aprendida en un grupo de alumnos con una sencilla actividad:

De lo cual podemos inferir que, mediante el poder actual de los medios de propaganda, es factible inducir este estado depresivo en buena parte de la población, para mantenerla en la pasividad. Por ejemplo, gracias a este vídeo podemos comprender por qué las víctimas de la Alemania nazi acabaron aceptando su suerte sin presentar apenas resistencia, al igual que muchas mujeres maltratadas terminan resignándose a su situación:

Terrible, ¿verdad? Pero más terrible aún es el darnos cuenta de que esta inoculación de indefensión aprendida es lo que están haciendo ahora mismo con nosotros. Nos tratan de convencer de que aceptemos resignadamente pérdidas de derechos y privatizaciones de bienes públicos sin resistir ni protestar. La consigna: que hagamos lo que hagamos no va a servir para nada.
Como al perro víctima del experimento de Seligman, se nos somete a unos shocks (nombrados por los eufemismos “ajustes” o “recortes”) que, al parecer, no podremos evitar por mucho que hagamos huelgas, acciones de concienciacion o nos manifestemos. Y además, se ha comenzado a castigar a muchos de los que protestan mediante detenciones poco justificadas y prisiones preventivas de dudosa compatibilidad con derechos humanos fundamentales.
En Grecia, donde llevan más tiempo sufriendo este salvaje saqueo de lo común, la depresión se extiende como una epidemia entre las clases populares, y el número de suicidios se dispara. En su artículo ¿Y si no hiciésemos nada? el filósofo Amador Fernández-Savater se hace eco de esta desesperación que cunde entre los griegos:
Más de diez huelgas generales en Grecia, pero ¿se ha conseguido algo? Alexandra-Odette Kypriotaki ha participado en las movilizaciones desde 2008, pero se marchó a Londres con esa pregunta en la cabeza. “En mi país ya no se encuentra trabajo ni de camarera”, me contó. La conocí en un encuentro organizado por el pensador-activista Franco Berardi (Bifo) en Barcelona. Su intervención en aquel encuentro me pareció muy sugestiva y desafiante.
A partir de un balance autocrítico de las lógicas de enfrentamiento y movilización, que no han frenado ni un ápice la devastación social, pero han expuesto demasiados cuerpos a la represión y la destrucción, Alexandra propone recomenzar por otro lado: ni luchar ni confrontar, sino desertar; ni reivindicar ni pedir, desplegar aquí y ahora el mundo en el que queremos vivir; ni actuar ni movilizarnos, sino entregarnos a cierto abandono. Hacer fuerza de nuestra debilidad.
El capitalismo nos exige una disposición permanente al deseo, al contacto, a la producción. Un tiempo permanentemente ocupado, bajo presión, en pos de resultados. Hoy es obligatorio estar contentos, ser optimistas y positivos. Debemos proyectar constantemente la imagen de que sabemos, de que va todo bien, de que tenemos las cosas bajo control, de que somos fuertes. Pero, ¿no nos exige demasiadas veces lo mismo el activismo político? Lucha, resultados, la respuesta en la boca, la moral siempre alta, fuera los tímidos, los dubitativos y los melancólicos…
¿No podríamos formar un ejército de débiles, de torpes, de ignorantes? La consigna sería: “sí, estamos deprimidos, qué pasa”? El programa: “no sé”. La huelga, no hacer nada de nada, ni siquiera movilizarnos. Do nothing day… un miércoles, luego el jueves y así.

La figura del castigador indefenso

Descargas eléctricas arbitrarias, suministradas a intervalos irregulares e inaccesibles a nuestro control. Shocks/saqueos que llaman “recortes” o “controles del déficit”. Maltrato psicológico hasta límites que hace pocos meses nos hubieran parecido increíbles, de ciencia-ficción: «El FMI pide bajar pensiones por “el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”.»
Las agencias de calificación, los organismos internacionales (FMI, BM, OCDE, OMC) que están al servicio de las élites financieras, la Comisión Europea y el BCE nos someten a unas exigencias y ajustes, graduales e inexorables, ante los que nos aseguran que nada podremos hacer. Casos como el de Islandia, sin embargo, son silenciados en los medios de masas.
¿Cuál es el papel de nuestros gobernantes ante esta situación? Sencillamente, el de ejecutores eficientes del saqueo que se ordena “desde arriba”: “hay que hacer lo que hay que hacer”, “nos lo está pidiendo la Unión Europea”, “hay que dar confianza a los mercados”, etc.
No es necesario atribuir maldad ni sadismo a los políticos que realizan estos encargos, aunque a veces estemos tentados a ello debido a algunas de sus declaraciones. En su libro Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt expuso su concepto de banalidad del mal: un funcionario nazi mediocre como Adolf Eichmann fue capaz de poner en práctica asesinatos en masa, no por crueldad, sino simplemente porque actuaba dentro de las reglas del sistema al que pertenecía sin reflexionar sobre sus actos. Lo que hizo Eichmann fue cumplir eficientemente con las órdenes que provenían de estamentos superiores, que es lo que hacen nuestros políticos en el gobierno respecto a los mandatos de quienes representan los intereses del capital financiero. Y sin poderse cuestionar las reglas a las que obedecen, ya que están cegados por los postulados de una ideología dominante, el neoliberalismo, que además legitima el hecho de que estos mismos gobernantes –o sus familiares o sus amigos– se enriquezcan, de una manera que nosotros consideraríamos inmoral, gracias a la pérdida de derechos sociales de los ciudadanos y a la privatización del sector público.
En una vuelta más de tuerca, los gobernantes pueden llegar a presentarse ante la opinión pública como víctimas ellos mismos de indefensión aprendida. Es el “aunque me gustaría hacer otra cosa, yo no puedo hacer nada, porque me lo ordenan desde arriba, y las consecuencias, si actúo de otra manera, podrían ser peores”. El mismo mandatario se convierte en modelo público de indefensión aprendida, y ya sabemos que nada enseña tanto como el ejemplo. Fue el caso de José Luis Rodríguez Zapatero cuando la llamada de Barack Obama. Ya vemos que se trata de un recurso nada nuevo. Pero ahora, con nuestro actual presidente, Mariano Rajoy, este fenómeno se ha exacerbado tanto, que él mismo se ha convertido en ejemplo viviente de indefensión y debilidad, con sus “chuletas” en los discursos, sus ausencias, sus gestos y acciones. Aquí lo vemos, en el Senado, huyendo de los periodistas que le querían preguntar sobre el último recorte presupuestario para Educación y Sanidad:

En definitiva, lo que estos gobernantes nos transmiten, al escenificar su indefensión, es que nuestro país ya no es soberano, sino que está bajo las órdenes de los que en realidad mandan: los famosos “mercados”. Pero ¿por qué no son sinceros y coherentes, dimiten y dejan que España se convierta en un “protectorado” del capital financiero, como lo son ya Italia o Grecia? Tal vez su papel en la estrategia del shock aún no se haya cumplido del todo. Todavía no estamos completamente sujetos a la indefensión aprendida. Pero ¿podremos hacer algo para no ser vencidos del todo por ella?

Bien vive quien bien atribuye

Para inmunizarse ante la indefensión aprendida, Seligman aplica la teoría de la atribución de Fritz Heider. En El optimismo es una ventaja y un placer que se adquiere estudia tres dimensiones o características del estilo atribucional o atribución causal:
Personalización: Consiste en atribuir causas internas o externas a los buenos o malos sucesos.  Si me siento culpable cuando algo me sale mal “porque yo soy así”, o soy capaz de externalizar el problema y hacerme responsable de producir cambios.  Esta dimensión tiene que ver con la autoestima. Atribuir los malos sucesos a causas externas nos hace más inmunes a la indefensión aprendida.
Permanencia: Qué duración, estabilidad o inestabilidad en el tiempo atribuimos las causas de los buenos o malos sucesos.  Sus extremos se expresan en el discurso en los polos  Siempre-Nunca. Pensar que las causas de los malos sucesos son estables, permanentes, incluso definitivas, nos hace más vulnerables a la indefensión aprendida.
Penetración: Cuántas áreas de nuestra vida se ven afectadas por nuestra buena o mala suerte, si estas causas nos afectan de manera global o específica.  Se expresa en el discurso en los extremos Todo-Nada.
Por otro lado, en su trabajo Indefensión aprendida en sujetos humanos y su inmunización, José Ramón Yela Bernabé y José Luis Marcos Malmierca hacen referencia también a la importancia de la controlabilidad que tenemos de los sucesos.

Despersonalización: el problema está en la situación, no en nosotros

Una manera que tiene el poder de provocarnos la indefensión aprendida es culpabilizarnos de lo que está sucediendo. Se nos dice que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, cuando la realidad era que las posibilidades, para los de abajo, más bien eran inferiores a los estándares de una vida digna, en tanto a bajos salarios o carestía de bienes básicos como la vivienda.
Un ejemplo de explicación sistémica de lo que nos está pasando es la del geógrafo David Harvey. Según él, vivimos un proceso de acumulación por desposesión. Una vez disminuidos los salarios a partir de los años 70, las tasas de ganancia las está obteniendo el capital a partir de la privatización de los bienes comunes, la financiarización de la economía, la gestión y manipulación de las crisis y la redistribución desigual de los recursos. En este vídeo podemos ver cómo este autor explica la crisis actual:

Autores como Vicenç Navarro han señalado que ha sido precisamente la falta de recursos entre las clases populares la que ha sido causante del endeudamiento, y no al revés. Si, por ejemplo, hubiera habido políticas públicas de acceso universal a una vivienda digna, la gente no tendría que haberse endeudado tanto, y no se habría producido la burbuja inmobiliaria y crediticia que originó la crisis.
Por tanto, no debemos caer en la trampa de pensar que la culpa de esta “crisis” (acumulación por desposesión) la tenemos nosotros. Debemos ser capaces de analizar, más allá de la sobreabundancia informativa de los mass media, en qué consiste el modelo social, económico y cultural vigente, y en qué podemos contribuir para atenuar sus efectos dañinos, o incluso para plantear modelos alternativos diferentes.

La crisis es crisis también del modelo económico imperante

En cuanto a la estabilidad de la causa de nuestro problema, debemos preguntarnos: ¿esta acumulación por desposesión va a durar siempre? ¿Es el estado definitivo de la historia?  Lejos de ello, son muchos los que apuntan a que estamos viviendo una crisis global del capitalismo, debido a los límites ecológicos que impiden el desarrollo del modelo de acumulación infinita. Ramón Fenández Durán, por ejemplo, ha indicado que el previsible agotamiento de energías fósiles va a suponer un colapso de nuestra civilización.
El documental Historia de las cosas describe de modo muy didáctico cuáles son esos límites humanos y ecológicos del modo de producción imperante:

Así que en vez de preocuparnos por lo que nos está pasando, ¿no deberíamos ya empezar a pensar en alternativas?

Oportunidades para la emancipación

En cuanto a la penetración del problema, ¿está toda nuestra persona afectada de manera negativa por el saqueo de lo común?
Es cierto que esta crisis/estafa afecta a buena parte de nuestras vidas, por el desempleo, el empeoramiento de los servicios públicos y la pérdida de derechos ciudadanos. Pero también es verdad que hay vida –y mucha vida– más allá de la crisis.
Ahora es cuando tenemos la oportunidad de explorar nuevas formas de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con nuestro entorno. Cuando podemos buscar modos de vida diferentes.
Porque este modelo económico, incluso cuando estaba en las fases de auge, producía insatisfacción. Bajo la superficie del consumismo, convertido en estafa piramidal gracias a la abundancia del crédito fácil, yacía latente una versión moderna del Rey Midas. Todo lo que el modelo tocaba lo convertía en mercancía, hasta nuestras vidas y los rincones más íntimos de nuestro cerebro.
La alienación no ha sido nunca tan grande como hasta ahora. Mientras que en la época del fordismo, la de la producción en masa, el trabajador estaba alienado durante su tiempo de trabajo, ahora, en nuestros días, es del conjunto de nuestra vida de donde extrae el capital sus tasas de ganancias.
Hoy, […] bajo el predominio de la producción inmaterial, la teoría del valor y el análisis de la explotación no pueden ser anclados en un sistema de unidades temporales mensurables. Así en la medida en que la producción de valor es entendida como producción de lo común, la explotación es expropiación de lo común. Lo común, en pocas palabras, se ha vuelto el lugar del plusvalor. La explotación es la expropiación privada, parcial o total, del valor producido en común. Las relaciones sociales y las comunicaciones son, por su naturaleza, comunes y sin embargo el capital busca apoderarse privadamente de parte de su riqueza. Pensamos, por ejemplo, en el beneficio extraído del trabajo afectivo; y lo mismo vale para la producción lingüística de las ideas y los saberes: todo aquello que se hace en común es privatizado. También el saber producido por las comunidades indígenas o el conocimiento generado por la cooperación científica son transformados en propiedad privada. (Hardt M. y Negri, A., El trabajo de Dionisos, Akal, Cuestiones de Antagonismo, Madrid, 2003)
Lo más común, lo que todos compartimos, es lo que están “expropiándonos” algunos, el 1% de la población, para seguir acumulando capital. La publicidad se apropia de nuestra cultura común para invadir nuestros cerebros con pautas de consumo. Nos relacionamos con los demás desde criterios de rentabilidad, y nosotros mismos nos convertimos en mercancías al ponernos en venta en el mercado laboral o al tratar de obtener beneficios en nuestras vidas personales.
La parte en que nos afecta la crisis es, por tanto, minúscula si la comparamos con todo lo que esta crisis del sistema puede ofrecernos:
  • Volver a recuperar la autenticidad personal. Dejar de tratarse a sí mismo como una parte más de la sociedad del espectáculo, es decir, como una imagen atractiva para el sistema, imagen que se convierte ella misma en publicidad viviente. Como explica Tiqqun en Primeros materiales para una teoría de la jovencita (Acuarela Libros, Madrid 2012), el capitalismo obtiene actualmente tasas de ganancia por medio de nuestra capacidad de seducción.
  • Lo que más acrecienta la felicidad son las relaciones interpersonales. Fomentar las relaciones de cooperación en lugar de las relaciones de competencia. Lo que se da no se pierde.
  • Que la creación cognitiva (el pensamiento, el arte, el conocimiento) no sea expropiada del intelecto común mediante la llamada propiedad intelectual; una ilegítima apropiación que responde a los intereses de las grandes corporaciones dedicadas a la producción y distribución de productos culturales y tecnológicos.
  • Promover una economía del bien común, donde se valore, no la rentabilidad, sino un modelo de empresas cooperativas que hagan el mayor bien posible a la sociedad y al entorno.
  • Acabar con el predominio de la economía financiera sobre la economía productiva. Terminar con la estafa de la emisión privada de dinero-crédito que esclaviza a personas y pueblos mediante el endeudamiento.
  • Plantearse iniciativas como la de la renta básica universal, para que uno trabaje libremente, y no se vea forzado a trabajar para subsistir. Los recursos naturales son de todos.
  • Y, complementando a la renta básica, ¿por qué no proponer, como lo hizo en su día el presidente estadounidense F. D. Roosevelt, un salario máximo, gravando con un 100% a partir de un tope de renta? “Que ningún ciudadano –escribía J. J. Rousseau– sea tan rico como para poder comprar a otro, ni ninguno sea tan pobre como para ser obligado a venderse”.
  • Valorar propuestas ecológicas como la del decrecimiento: consumir menos, fabricar menos, diseñar objetos totalmente reciclables y gastar poca energía. Desarrollar economías locales.
  • Construir canales de distribución autónomos al margen de las grandes distribuidoras que controlan casi toda la actividad comercial, desde el productor a la venta al público.
  • Reconstruir la esfera de lo público de una manera verdaderamente democrática, con la participación de todos y en igualdad.

El futuro está en parte en nuestras manos

Por último, ¿cuál es nuestra capacidad de control respecto a la situación que nos afecta?
En el citado artículo, Yela Bernabé y José Luis Marcos Malmierca defienden que, para inmunizarse a la indefensión aprendida, lo mejor es ni haber tenido éxitos siempre ni siempre fracasos. Ser conscientes de que hay cosas que podemos controlar y cosas que no. “Así pues –decía Epicuro–, conviene recordar que el futuro ni está enteramente en nuestras manos, ni completamente fuera de nuestro alcance, de suerte que no debemos ni esperarlo como si tuviese que llegar con seguridad, ni desesperar como si no tuviese que llegar con certeza.”
Hay muchos ejemplos de resistencia a la acumulación por desposesión que han triunfado en el mundo, como la guerra del agua en Bolivia o la insurrección de Chiapas. Lo que pasa es que la historia, que casi siempre está escrita por los de arriba, se complace en recordarnos solo las derrotas en los esfuerzos por la emancipación.
Aquí, en España, y a pesar de todos los tropiezos de un niño que aprende a dar sus primeros pasos, el Movimiento 15M, ha obtenido importantes logros y proyección internacional. Ha concienciado a buena parte de la ciudadanía de la raíz de nuestros problemas, ha enlazado movimientos sociales muy dispares y está siendo un excelente humus para el nacimiento de redes cooperativas y solidarias.
Cometeremos errores, sin duda, pero errores que nos harán más sabios.

Actuar para abrir posibilidades

En definitiva, ante el miedo que nos atenaza, debemos tener presente que de lo que nos pasa no somos culpables, que la crisis es crisis del modelo económico vigente –que no es estable sino todo lo contrario–, y que este cambio puede ser una oportunidad para un nuevo mundo más humano, donde no impere la dictadura del dinero y del resto de mercancías.
Y, sobre todo, tener presente la enseñanza de Alain Badiou: hay que actuar. Porque no es nuestra acción la que debe plegarse al campo de lo posible, sino que es la propia acción la que puede abrir un nuevo espacio de posibilidades. “Un sujeto –dice este filósofo– es un punto de una conversión de lo imposible en lo posible. La operación fundamental de un sujeto es estar en el punto en donde algo imposible se convierte en posibilidad”.
Prohibido rendirse
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